lunes, 9 de noviembre de 2009

Ayer (17 julio 2007)

Ayer salí a volar; me até las agujetas, tome medio vaso de agua fría; intenté peinarme y salí por la puerta hacia mi cielo del día.
La mañana era soleada y brillante... como mis ojos cuando encuentran lo que desean ver.
Las nubes blancas de bombón, los autos escandalosos estampando sus claxons en mis oídos, mi cama destendida y el ficus de la vecina más verde que nunca; subí corriendo y tropezándome en los empolvados escalones; mi respiración se acelero y mis pies se enredaban como cabellos rebeldes; en la punta de la azotea, al nivel de los cables de alta tensión, entre cosas inservibles, y viendo copas de arboles con rocío evaporado y tendederos hechos banderas de familias; tomé aire... cerré los ojos; mis piés se pusieron de puntitas y emprendí el vuelo...
Mis latidos eran veloces y mi ropa se inflaba, atravesé nubes, fui parte de tres parvadas, vi la ciudad y probé el aire impuro de los suburbios...
Después de varias horas en el cielo, con el alma llena de emoción, y la memoria llena de canciones, imágenes y sentimientos; regresé...
La vida en la tierra seguía igual, había discriminación, robo, maltrato, mentira y amargura como antes.
Así que junté en las palmas de mis manos el canto de las aves, el sonido del viento de otoño, la risa de los niños, los ladridos de los perros, los sonidos de miles de insectos... y con ellos, formé el anuncio del siglo y lo apreté en mi cajita de la vida.
Subé a la torre más alta de la ciudad, a la mayor colina, ahi donde todo se ve.
Y con las manos en alto y las pupilas dilatas por culpa del anochecer; abri mi cajita a la cuenta de cuatro y el estruendo retumbó por el mundo entero, en cuevas, rios, lagunas , hasta donde nada ni nadie habia llegado nunca, y decía y repícaba...¡Vengan a volar!¡Vengan a vivir!... Ecos, ecos, ecos, sonaron por todas las calles y por todo el mundo.
Después...pude ver como la gente empezó a salir de sus casas, de palapas, establos, iglues, casas de cartones y láminas.
Todos empezaron a volar, a gritar y se hizo una gran masa de gente, juntos hicimos la mejor parvada, en la que nadie era igual a otro. Reimos, jugamos, vivimos, y todos fuimos felices por un instante.
Los campesinos dejaron el yugo y el sombrero, los policias abandonaron las macanas, el ama de casa dejo el mandil, los maestros olvidaron el verde de los pizarrones y el polvo de gis, las cocineras se despegaron de la estufa, los psiquiatras se volvieron locos, el presidente se hizo igual a cualquier vendedor ambualnte, las cajeras, el cantinero, el plomero, superman, el viejito de la armónica, el mecánico, la mesera... empezaron a contar estrellas perdidas, a ser la misma cosa, a sentir y a amarse igual.
Los estilos, los colores, los tamaños, las modas y las razas se fueron, todo empezo a ser la misma cosa, simple y fácil.
La vida se tornó en un paraíso y todos volamos en el mismo cielo.
Éso, nada más, fue lo que ayer pasó

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